En años recientes se ha convertido en un lugar común la idea de que los ciudadanos de los países democráticos, independientemente de que apoyen esta forma de gobierno por encima de cualquier otra, otorgan un nivel de confianza muy bajo a las instituciones de la democracia
representativa, desde los partidos y los parlamentos hasta los gobiernos (Nye et al., 1997; Norris, 1999; Pharr y Putnam, 2000).