Felipe III siguió la política ganadera de sus antecesores y confirmó las leyes y privilegios de la Mesta, recogidos en el Libro de Leyes de 1609. En teoría, el aparato jurídico de la Cabaña Real estaba en plena vigencia, pero, en la práctica, existía una fuerte oposición y contestación. Una vez más, el aparente proteccionismo regio de los Austrias ocultaba la despreocupación por la ganadería, el rechazo a las prerrogativas, el respaldo tácito a la agricultura y la atención prestada a las quejas en las Cortes, a pesar de los perjuicios causados por las Condiciones de Millones.